Mala estrella
Nunca me he parado a pensar pausadamente en mi mala suerte. De hecho, cuando la menciono en compañía de alguien, me miran con cara extraña y me dicen. “Tampoco tienes tan mala suerte”… en fin, para una cualidad que tengo ampliamente destacable, le quitan la importancia…
He de admitir que no he tenido una vida difícil, ni fácil, ni nada. No me dedico a predicar malas experiencias ni a auto-compadecerme (bueno, esto ultimo solo de vez en cuando y en pequeñas dosis).
Puedo decir que no he tenido mala suerte, ni buena, ni regular. Ni he tenido una vida llena de emociones, ni un columpio amarrado a un árbol, ni recuerdos de mi pueblo, ni de aquella fuente a la que bajaba a beber en los días de calor. Tampoco he tenido talento para hacer algo que no lleve impresa la palabra “mediocre”. Ni lo que hay que tener para coger un pico y una pala y admitir que no valgo para todo eso que tengo en mi cabeza y dedicarme cual fornido hombre obrero español al distinguido oficio de peón de albañil. Y algo me dice… que tampoco me iría demasiado bien.
Supongo que la conclusión de todo esto es simple: Puede que en realidad no tenga mala suerte, porque por no tener… no tengo ni eso.
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